Tras la I Guerra Mundial, la mujer va a vestir cómoda, grácil y esbelta debido a la silueta tubular, una línea que envuelve el cuerpo femenino y lo convierte en un cilindro, en una columna. Esta manera de vestir no es una novedad: bebe del traje griego, de las túnicas talares medievales y del corte imperio de principios del siglo XIX. Los tejidos con los que suele confeccionar ayudan a envolver el cuerpo.
La ropa interior es sencilla y tiende a disimular las formas curvilíneas femeninas.
Después de la Gran Guerra, la mujer no estaba dispuesta a renunciar a las libertades sociales que había conquistado durante el conflicto y eso incluía especialmente las relacionadas con el vestido. Para ir a bailar, para trabajar o, simplemente, para moverse por la ciudad, el corte recto de tubo era la opción más cómoda. A fin de cuentas, hacía casi cien años que la mujer no se podía vestir sola.
Modistas como Coco Chanel, Elsa Schiaparelli o Jeanne Lanvin entenderán esas ansias de libertad. En los años sesenta y setenta, en pleno movimientos hipppy y disco, otros nombres como Loris Azzaro, Diane Von Fustenberg o Pucci revisan de nuevo este concepto. En la actualidad, es una silueta que sigue vigente por su simplicidad y versatilidad.